Con ganas de escribir algo sobre el juego y los roles de género, en las cercanías del 8 de marzo, comencé a hacer una lista de temas: Autitos y muñecas. Campeones y princesas. Rosa y celeste.
No conforme con estos conceptos, que me parece necesario deconstruir (pero no suficiente), comencé a buscar más información, a investigar sobre el juego, sobre los roles, sobre el desarrollo de las identidades sexuales en el mundo y en nuestro país.
Y así encontré la historia de Luana, la primera nena trans que obtuvo su DNI en Argentina, en el año 2013, cuando tenía 6 años. Y muchas otras historias de vida, cada una con sus particularidades, algunas con mayor apoyo de la familia y el entorno, otras menos, y todas lamentablemente con muchas dificultades que enfrentar por los estigmas sociales.
También encontré un artículo titulado “¿Hombre-Mujer? No seas anticuado, ahora puedes elegir entre 31 identidades sexuales”. El artículo hablaba de Nueva York y, a mi parecer, era bastante incompleto y despectivo. Pero la perspectiva del título me cautivó. Mientras intentamos convencer a personas de pensamiento arcaico de que está bien que los niños jueguen con muñecas y las niñas con autitos, cada vez más identidades de género son reconocidas en distintos puntos del planeta.
La diversidad florece, mientras que las etiquetas van quedando pequeñas y anticuadas. Sin embargo, viejos discursos y creencias dañinas para el desarrollo de lxs niñxs, siguen siendo repetidos por muchas voces, a la luz de los dogmas y miedos adultos. Y aquí es donde el juego entra a jugar, valga la redundancia, un rol preponderante.
El juego no sólo puede contribuir a reforzar o cuestionar los estereotipos de género. El juego es construcción, es libertad, en una experiencia que en sí misma invita a compartir y crear, a reconocerse en la mirada del otro, a despojarse de prejuicios.
Hay juguetes que, desde la foto de la caja, indican para quién están pensados, qué usos deberían tener, y, en forma inocente o nada inocente, por omisión sugieren quiénes no debería jugar con ellos. Porque no es dañino que una niña quiera jugar a las muñecas. Lo dañino es prohibirle jugar otros juegos porque “no son adecuados para ella”. O prohibirle a un niño jugar a las muñecas porque “no es adecuado para él”.
¿Qué juegos no son adecuados? Los juegos que podrían resultar peligrosos, por tener elementos punzo-cortantes , o materiales tóxicos. Los juegos discriminativos, violentos o que refuerzan estereotipos. Los juegos no adecuados, no son adecuados para ningún niñx, independientemente del género.
No hay juegos que sean correctos para niñas e incorrectos para niños. O viceversa. Pensar lo contrario, no es sólo “opinar distinto”. Es ir en contra de la naturaleza inocente de lxs peques, que van eligiendo lo que desean, lo que necesitan para crecer y desarrollarse, para ser felices. Evitar que usen “ciertos juguetes” porque podrían reírse de ellos, o mirarles reprobatoriamente, porque no son aceptados socialmente para tal o cual género, es seguir alimentando la rueda de miedo y estigmas, en un mundo que pide amor y libertad.
La libertad del juego no reside en comprarle a lxs niñxs todos los juguetes que deseen. Consiste en poder ofrecer variedad y alternativas. En escuchar y acompañar sus elecciones. En proponer opciones que les inviten a crear, a pensar, a cooperar. A descubrir valores positivos. A respetar las diferencias y crecer en la diversidad.
El juego simbólico (“jugar a”: a cocinar, a trabajar, a viajar…) suele involucrar roles, que se van asociando con los roles de género. Es importante dejar jugar, intervenir sólo cuando nuestra presencia es requerida. No imponer la dinámica del juego. Podemos aprovechar la oportunidad para invitar a reflexionar, a cuestionar estereotipos. Pero, nuevamente, sin imponer.
La clave está en que la niña, el niño, le niñx, sepa que podrá ser quien quiera ser. Que podrá elegir su vida, su profesión, sus amistades, sus gustos, todo. Siempre con respeto hacia los demás. Eduquemos en el amor, y con los límites necesarios. Dejemos que ellxs nos enseñen la visión de inocencia e igualdad que traen desde la cuna.